domingo, 6 de febrero de 2011

Palace Atenea




El arte de la oratoria no ha muerto. La reencarnación de Cicerón vaga por una recóndita calle madrileña y habla a la velocidad de la luz. Y nosotros, en nuestro peregrinaje hacia Chueca, tuvimos que desviarnos del camino ante su brillante discurso. Así transcurrió la noche, entre ovejas fotosensibles, mapas incomprensibles y maquinas de hacer espuma averiadas.
Y para terminar, dado que la gente (bueno, las personas en este caso) presupone que nuestra actividad nocturna a partir de cierta hora es nula y piensa que ya estamos soñando con Freud, qué planear sino una de las venganzas más elaboradas y lúcidas de la historia de las venganzas. Es decir, salir al pasillo cual espectro fantasmal en medio de la noche, dejar que nos vean con nuestros no-pijamas y nuestros calcetines anti-frío-polar y meternos otra vez corriendo a la caverna de aseo rosáceo, apagando la luz y escondiéndonos debajo de las mantas en un intento de mostrar nuestra inteligencia. Como si pudiesen derrumbar la puerta, ¡si la llave metamorfoseada en tarjeta es infalible! No hizo falta mucho tiempo para percatarse de la estupidez.
Vivan los saltitos y gritos Sthendal en los pasillos del Museo del Prado y muerte a las entradas especiales para ver a Renoir.
:)



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Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digería un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa para que los mayores pudiesen entender. Siempre necesitan explicaciones.


Antoine de Saint-Exupery, El principito