lunes, 12 de marzo de 2012

Filantropobiblía

El autodidactismo no existe, son los padres. Los diccionarios me proporcionan un conocimiento efímero, los Berenguer Amenós se me antojan imposibles de aprehender. Los libros son buenos y pesan y enorgullecen y quedan bien en la estantería, pero no llegan a existir, como diría el Sócrates jenofonteo, hasta que no se recorren conjuntamente con amigos. Los que se encierran a leer cantidades ingentes de papiros modernos comprados en Fnac y los devoran muy celosamente y se los guardan dentro sin pensar que podrían haber tenido la conversación de su vida con un alguien que ha quedado fascinado por esa misma literatura, ésos, viven a medias. Me imagino a Roberto Arlt escribiendo, mentiroso, su patéticamente hermoso verso ''Los libros, y no la gente, me enseñaron a sonreír''. Y a Joan Fuster propinándole una colleja metafísica y literaria, y diciéndole: '' Els llibres no supleixen la vida, però la vida tampoc no supleix els llibres''. Se ve que el Arlt nació ya resabiado y con Quijotes en vez de panes bajo el brazo. Los libros y las personas son como puentes. Como las escaleras mágicas de Hogwarts que cambian inesperadamente y se entrecruzan y te descubren caminos insospechadamente bienvenidos. Yo nunca memorizaré un diccionario entero, pero mis cuatro palabras tendrán un bagaje inmenso de hirsuto, ἀναβαινω, καταβαινω, cartapacio, luego a luego, Snorri Sturluson, atroz, jalearse, pingües pingüinos, securus, seculpus, θαλαττα, sapiencia, excrucior, πολυφλοισβοιο...


Abandonar a un maestro
es iniciar un camino retroactivo
hacia los propios límites.

Alguien te dijo que podrías continuar solo,
pero el futuro es un Orfeo
que siempre acaba girando la cabeza.





¿Dónde me he dejado yo la misantropía y sus alrededores?
¿O dónde me dejó ella a mí?