Jamás
aprendí a ser valiente. Jamás conocí la gloria. Nunca tuve que luchar por mi libertad
ni matar por mi comida porque crecí creyendo que jamás viviría encerrado ni
moriría de hambre. Soy egoísta y anarquista de solemnidades. Como pizza
recalentada y apenas veo los telediarios. Recomiendo libros que no entiendo y
mi vida son selectos números desordenados. Siete, noventa y tres, veinte,
sesenta y ocho. Mis convicciones son de usar y querer tirar. Mis recuerdos, de
tirar y querer usar. A menudo me quedo aquí sentado junto a ti porque no sé
otra forma de quererte que no me dé miedo. Pero si dejaras algún día entrar al
caballo, has de saber que yo habré muerto mucho antes. Valiente y glorioso al fin.
Arrastrado a través de una arena de laureles. Y bien sabré en mi mente y en mi
ánimo que Troya habrá de perecer. Mas no me importará tanto el dolor de los
troyanos en el futuro ni el de la propia Hécuba ni el del soberano Príamo ni el
de mis hermanos, que, muchos y valerosos, puede que caigan en el polvo bajo los
enemigos, como el tuyo, cuando uno de los aqueos, de broncíneas túnicas, te
lleve envuelta en lágrimas y te prive del día de la libertad.
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